Mary Shelley publicó el año 1818 la que se considera como la primera novela de ciencia ficción y que tituló Frankenstein, en que explica cómo un estudiante de medicina une un conjunto de materia inorgánica humana y consigue crear un monstruo de aspecto humano que toma vida propia, de tal manera que cuando su creador es consciente del resultado de su horrorosa invención, abandona el monstruo a su suerte perdiendo totalmente el control de la fiera, que comete varias atrocidades.
Las reflexiones de la novela escrita durante la segunda revolución industrial son aplicables ahora en la cuarta revolución industrial, en plena explosión de la inteligencia artificial, palabra mágica que atrae todas las miradas y que parece destinada a cambiar el mundo tal como lo conocemos.
Recuperamos pues a Frankenstein para reflexionar sobre los robots con inteligencia artificial y sus enormes riesgos, aprovechando que el mensaje de la novela es que los científicos tienen que asumir siempre la responsabilidad de sus obras y no abandonarlas a su suerte.
Ahora que la humanidad rivaliza con el poder divino y pronto creará robots inteligentes que desdibujarán los límites de lo que conocemos como vida humana, es más necesario que nunca hablar de quién y cómo responderemos a las consecuencias no deseadas de los robots inteligentes.
Los inventos lanzados sin un proceso previo de reflexión han puesto a menudo en peligro a la humanidad y lo que es peor, han socializado sus efectos desastrosos que acabamos asumiendo todos, mientras que unas cuántas organizaciones han sido lo bastante hábiles para privatizar y hacer suyos los beneficios económicos de los inventos, ello sin ningún debate previo y serio con la ciudadanía y aprovechando la dinámica de los hechos consumados.
Por lo tanto, la creación por el hombre de seres artificiales que adquirirán un tipo específico de vida inteligente requiere una profunda y previa reflexión, como de hecho ya han pedido más de 1.000 personalidades del mundo tecnológico que subscribieron una carta el mes de marzo del 2023 solicitante una moratoria de la inteligencia artificial a raíz del éxito que ha supuesto el famoso ChatGPT, o como mucho antes ya había expuesto el científico británico Stephen Hawking, que dijo directamente que la inteligencia artificial puede acabar con la raza humana.
Parece que hay motivos más que razonables para abrir un debate ciudadano, ahora que todavía estamos a tiempo y no esperar a cuando sea demasiado tarde, como nos pasa a menudo a los humanos que actuemos a posteriori y cuando ya vemos las orejas al lobo.
No podemos olvidar que los humanos somos profundamente vulnerables y, por lo tanto, hay que reflexionar seriamente sobre si todo aquello que técnicamente podemos hacer siempre se tiene que acabar haciendo, o dicho de otro modo, si todas las fronteras se tienen que cruzar por el simple hecho que existan.
La responsabilidad sobre los actos de nuestras creaciones, el principio de beneficencia que quiere decir hacer el bien y no causar daños o tomar como ejemplo lo que hacen otras industrias de riesgo antes de lanzar sus creaciones al mercado –como la farmacéutica o la aeronáutica–, son algunas de las propuestas que los expertos ponen encima de la mesa para afrontar este enorme reto de la inteligencia artificial robotizada.
La respuesta a los desafíos de la inteligencia y la robótica tienen que venir de la ética, pero sobre todo de la política, que tiene que escuchar la voz de la ciudadanía y por ello la solución tiene que estar basada también en principios éticos como la prudencia, la autolimitación, la responsabilidad y la rendición de cuentas.